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CIUDADAN@S CABREAD@S, denunciando al sistema.

El anticomunismo hundió las torres gemelas

Yo he sido siempre comunista (de común, de comunidad, de comuneros). Común es pagar en común las cuentas de la cerveza. Comunista es compartir en común la familia, los amigos, las horas malas. Comunista es la cama redonda y la pareja de siempre. El matrimonio es comunista si está compensado entre dos iguales.

Si no fuera comunista, qué sería yo. ¿Capitalista que elogie las virtudes del beneficio y de la explotación? El capitalismo ya me envuelve y me determina, ya sucede sin mí. No querrán encima que además yo lo agrande con mis opiniones. Si no fuera comunista, qué sería yo, ¿individualista? ¿Que tú pagues la cuenta y yo me haga el despistado? El individualismo ya está bien protegido y mimado por la sociedad en que vivo. Ya soy yo por mí lo bastante individualista como para encima hacer de mi individuo un icono, una creencia.

Comunista incluye nacionalización y socialización.

Nacionalización la tengo, vivo en ella: soy funcionario, para la nación trabajo y me parece envidiable y doy gracias por no tener jefes capitalistas sino estatalistas, que dentro de lo que cabe, y cabe mucho, me explotan menos.

Socialización no la tengo pero la quiero. No me importaría que ciertas cosas como el suelo o la energía fueran socializadas. No sé en qué me beneficia que hay Repsol por un lado y Campsa por otro. No me parece mejor ahora Telefónica, que no es monopolio estatal en sentido estricto, que antes, que sí lo era. No creo que derechos de herencia de tiempos medievales y malvados justifiquen en este siglo los latifundios de la duquesa y la miseria de los santos inocentes.

La riqueza es como la energía: ni aumenta ni disminuye, simplemente se reparte. Comunista sería repartir.

Por supuesto soy pacífico y democrático pero crecí estigmatizado por guerras frías y bloques que dejaron entre los míos un anticomunismo bestial. Ahora digo comunista tan normal, antes tenía que ocultarlo, pero no por miedo a la policía franquista, por miedo a mis amigos. Me querían echar del mundo bueno y lanzarme tras esos muros de Berlín y de vergüenza que no tenían nada que ver con nuestra amistad ni con nuestra nobleza.

Ahora, caído el Muro, el anticomunismo pervive. Tesis y artículos proclaman que el marxismo ha muerto. Porca miseria. No quieren matar a Marx, quieren matar que se hable de clases, de clases que luchan, claro: yo empresario me quiero quedar lo que tú el obrero también te quieres quedar. Nos ha jodido. ¿Eso no es lucha? Es y no es, dice el pensamiento para lelos. Tú trabaja, trabaja, hijo, y ya verás cómo llegas y sales adelante. Ese es el mundo plato llano que quiere el Imperio.

Pero el Imperio para terminar siendo el único, tuvo que arruinar al otro bloque. A la antigua Soviética. La caída del Muro que ingenuamente celebran muchos. Para esa guerra fría Estados Unidos y sus aliados invirtieronen en islamismo. La vida de Bin Laden, criatura de la Cía, habla por sí sola. Y ahí están los ayatolas. Esos países que iban a una laicización de costumbres, a una indudable occidentalización, de pronto empezaron a estar en manos de viejos y puretas, integristas que devolvieron a las mujeres a su casa.

¿Quién subió a estos imanes, clérigos antisocialistas, sí, pero anticapitalistas también?

Estados Unidos al financiar el extremismo islámico contra Soviética le fue dando forma a un monstruo que se le fue de las manos. Bien estaba Frankestein mientras obedecía órdenes de su amo. Mal estuvo que Frankestein se revolviera y mordiera la mano que le daba de comer.

Ese anticomunismo hundió las torres gemelas. Quién, cómo y cuándo, lo demás son circunstancias.

daniellebrato, 2102.07

1 comentario

Pierfrancesco Orsini -

No tienen escrúpulos en ir cambiando amigos y enemigos. La resultante final es que fabricantes de armas, contratistas, siempre se enriquecen. ¿El precio?, los muertos siempre son ciudadanos de tercera.